(nacio en Cádiz, en 1823 ), polígrafo, erudito, cervantista y falsificador literario español.
De vasta cultura y gran lector de clásicos españoles del Siglo de Oro, llegó a apropiarse el lenguaje de esa época y a elaborar complejos pastiches cervantinos que hizo pasar como obras originales, como por ejemplo la Epístola a Mateo Vázquez y El buscapié (1844); la superchería tuvo tal éxito que la obra fue traducida a casi todas las lenguas cultas y fue reimpresa innúmeras veces, hasta que Bartolomé José Gallardo hizo ver el engaño al revelar que se trataba de erudito centón de obras literarias áureas ya conocidas; él se defendió con la sátira Aventuras literarias del iracundo extremeño Bartolomé Gallardete (1851).
Fue alcalde de Cádiz y gobernador de Cádiz y Huelva. Secretario del Gobierno en Sevilla, académico de la de Buenas Letras de Sevilla y de la de Bellas Artes de Cádiz y correspondiente de las Reales Academias de la Lengua, de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas.
Escribió erudición y creación literaria, principalmente obras de teatro refundidas o propias. Entre las primeras están una Historia de Cádiz (1845) ampliada después como Historia de Cádiz y su provincia desde los remotos tiempos hasta 1814 (1958), una Historia de Jerez (1845), Examen filosófico de las principales causas de la decadencia de España (1851), Gran diccionario de la lengua española (1852), Poetas líricos de los siglos XVI y XVII y curiosidades bibliográficas (dos tomos de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra, 1855 a 1857), Filosofía de la muerte (1856), Ernesto Renán ante la erudición sagrada y profana (1864), Cádiz en la Guerra de la Independencia: cuadro histórico (1864), La última novela ejemplar de Cervantes (1872), Varias obras inéditas de Cervantes (1874), La Epístola moral a Fabio no es de Rioja (1875), Estudios prácticos de buen decir y de arcanidades del habla española (1879), Una joya desconocida de Calderón (1881), Libro de los galicismos (1898), Curiosidades lingüísticas (1891), El Quijote de Avellaneda (1899) y otras muchas obras más.
Don Adolfo aparte de escritor, más o menos polémico, también sigue de cerca la política y fue gobernador civil, alcalde y secretario del Ayto, entre otros cargos que ostentó. Dice Juan Egea “todo esto le perjudicó mucho para su carrera literaria, pues de haberse dedicado exclusivamente a la misma hubiera alcanzado uno de los más altísimos puestos.”
Al parecer, su labor como alcalde fue notoria: se finalizó el tramo de ferrocarril de Puerto Real a Cádiz, ordenó el adoquinado de las calles y renovó el nomenclator de la ciudad (1855) dándose el nombre de hijos ilustres de Cádiz a las calles (siempre según Egea).
Adolfo de Castro hasta fue objeto de un atentado, ya que al parecer manejaba la pluma con gran ironía.
De vasta cultura y gran lector de clásicos españoles del Siglo de Oro, llegó a apropiarse el lenguaje de esa época y a elaborar complejos pastiches cervantinos que hizo pasar como obras originales, como por ejemplo la Epístola a Mateo Vázquez y El buscapié (1844); la superchería tuvo tal éxito que la obra fue traducida a casi todas las lenguas cultas y fue reimpresa innúmeras veces, hasta que Bartolomé José Gallardo hizo ver el engaño al revelar que se trataba de erudito centón de obras literarias áureas ya conocidas; él se defendió con la sátira Aventuras literarias del iracundo extremeño Bartolomé Gallardete (1851).
Fue alcalde de Cádiz y gobernador de Cádiz y Huelva. Secretario del Gobierno en Sevilla, académico de la de Buenas Letras de Sevilla y de la de Bellas Artes de Cádiz y correspondiente de las Reales Academias de la Lengua, de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas.
Escribió erudición y creación literaria, principalmente obras de teatro refundidas o propias. Entre las primeras están una Historia de Cádiz (1845) ampliada después como Historia de Cádiz y su provincia desde los remotos tiempos hasta 1814 (1958), una Historia de Jerez (1845), Examen filosófico de las principales causas de la decadencia de España (1851), Gran diccionario de la lengua española (1852), Poetas líricos de los siglos XVI y XVII y curiosidades bibliográficas (dos tomos de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra, 1855 a 1857), Filosofía de la muerte (1856), Ernesto Renán ante la erudición sagrada y profana (1864), Cádiz en la Guerra de la Independencia: cuadro histórico (1864), La última novela ejemplar de Cervantes (1872), Varias obras inéditas de Cervantes (1874), La Epístola moral a Fabio no es de Rioja (1875), Estudios prácticos de buen decir y de arcanidades del habla española (1879), Una joya desconocida de Calderón (1881), Libro de los galicismos (1898), Curiosidades lingüísticas (1891), El Quijote de Avellaneda (1899) y otras muchas obras más.
Don Adolfo aparte de escritor, más o menos polémico, también sigue de cerca la política y fue gobernador civil, alcalde y secretario del Ayto, entre otros cargos que ostentó. Dice Juan Egea “todo esto le perjudicó mucho para su carrera literaria, pues de haberse dedicado exclusivamente a la misma hubiera alcanzado uno de los más altísimos puestos.”
Al parecer, su labor como alcalde fue notoria: se finalizó el tramo de ferrocarril de Puerto Real a Cádiz, ordenó el adoquinado de las calles y renovó el nomenclator de la ciudad (1855) dándose el nombre de hijos ilustres de Cádiz a las calles (siempre según Egea).
Adolfo de Castro hasta fue objeto de un atentado, ya que al parecer manejaba la pluma con gran ironía.